CAPÍTULO 1. AGUA

Día 0 España

14:30 horas

—Cierra las puertas, y bloquea las ventanas de inmediato Miguel— Perrobravo, aunque así le conocían por la red, su nombre real era Miguel, ahora se encontraba tapeando con la madera del armario y la mesa del comedor la ventana trasera de la casa, minutos antes había presenciado un caso de antropofagia, un muerto andante saltó sobre un hombre clavándole los dientes, minutos después el atacado se levantó con el mismo semblante del primero buscando victimas a su alrededor, más de un grito había pegado su tía; su tío en cambio destrozaba mueble tras mueble de la casa con la finalidad de protegerles.

—La televisión se acaba de caer mujer, esto no pinta bien— Juan, el padre de Miguel hablaba con su esposa.

—¡Están sobreactuando, definitivamente nada así podría estar sucediendo! ¡Esto es España! A menos que hablemos de crisis económicas nada así nos podría afectar.

—¡Yo los vi!— El esposo se acercó tomándola de los hombros— ¡Los vi, con mis ojos, esta mierda se la llevó quien la trajo, hay que buscar de permanecer vivos!

—En la televisión hablaban de puntos de control, tal vez deberíamos buscar de llegar allá lo más pronto posible— Comentó Juan.

—¡¿Estás de coña?!¡Vamos hombre no me jodas! ¡Ayuda a tapar la puerta!— Espetó Sergio, el padre de Miguel ante su hermano mayor, el cual se hallaba parado solo observando— ¡Una mierda, no he visto al puto ejercito por aquí!

—Pero es que todo ha sido muy rápido, de seguro buscan algún plan, esa gente siempre tiene planes de contingencia ¿no? Tu perteneciste al ejercitó papá.

—¡Tapar las puertas! ¡Ese es el primer plan!— El hombre registraba un baúl viejo el cual acababa de sacar de su habitación, mientras su mujer le seguía entre sollozos— Una mierda, si la situación es a nivel mundial, y se ha expandido tan rápido, la prioridad será salvaguardar a la gente importante, los demás estarán buscando proteger a sus familias, y pobres los pendejos que se quedarán a cuidar la vida de los ciudadanos.

Un rugido resonó entre las paredes, todos quedaron inmóviles ante la sorpresa, Antonieta, la madre saltó gritando, a lo cual Sergio la tomó en brazos tapándole la boca, un segundo grito se escuchó como un estertor inundando el aire de pánico. Sergio le hizo señales a Miguel para que abriera el baúl mientras él aun sujetaba a la mujer; el chico se apresuró para sorprenderse aun más al hallar un par de escopetas Benelli M3, unas piezas de acero pulido y brillante— ¡Rayos!— Le dio tiempo de decir antes de sentir un escalofrío recorrerle, pues hubo un nuevo grito seguido de un par de disparos y pisadas fuertes en la calle, pero nadie se atrevía a moverse, dando la impresión de que el tiempo se hubiese detenido.

El sonido de la corredera del arma resonó y sacó a todos del estado catatónico, Sergio cargaba el arma y la apoyaba en su cintura— Cambio de planes, esas cosas parecen sentir la presencia humana— Miró a los miembros de su familia— Debemos salir de aquí y alejarnos de la civilización ¡Juan toma las provisiones! ¡Miguel toma tú la otra arma!

—¿Qué planeas?

—Llegar a algún punto de control, aunque esto podría ser peligroso, lo mejor sería alejarnos por mar, podríamos buscar alguna embarcación— Un automóvil pasaba por la calle a máxima velocidad rasgando el pavimento con los neumáticos. El sonido llegaba hasta ellos, seguido de un grupo de pisadas que se sentían como martillos contra el suelo.

Juan llegaba con una caja de alimentos en sus brazos— Será mejor que tomemos mi auto.

—Iremos a pie, y lo más escondidos que podamos— Sergio abrió la puerta, Miguel observó un mundo distinto, en el horizonte ascendían humaredas, se escuchaban gritos de personas en las cercanías. Comenzaron a avanzar por la acera, acercándose a unos matorrales de la plaza vecina, mientras avanzaban por la calle Cuba, apresurados y en silencio, Sergio al final de la marcha, Miguel al frente, dudoso de qué camino seguir, observando a su padre a cada instante, estaba sudando, las manos le temblaban tanto como las piernas, estaba frio y su  corazón latía rápidamente, podía sentir el más mínimo ruido, y pisar contra una hoja seca le parecía un ruido enorme el cual no quería darse el lujo de hacer, esas cosas estaban allí, a su alrededor, casi podía sentirlas viéndole.

El beneficio de vivir en Avilés era encontrarse muy cerca del mar, y aun más de la ría de Avilés que da contra el mar Cantábrico, así pues llegar al mar parecía pan comido, sin embargo Miguel dudaba, pues frente a él se hallaban los edificios residenciales, ahora la ancha calle le parecía un estrecho callejón por el cual debía caminar, su familia le seguía de cerca. Por su mente pasaban diez mil escenas, una tan perturbadora como la anterior; la imagen del muerto lanzándose sobre aquel hombre aun le perturbaba, aquellos gritos eran aun peores, erizaban el cuerpo al solo sentirlos, los sentidos se agudizaban, el cuerpo se entumecía y te hacía pensar en correr, huir lo más pronto posible de aquel lugar, afortunadamente su padre les guiaba.

Un grupo de helicópteros pasaron por sobre sus cabezas, en ese instante Miguel desconocía que se trataban de HA-28, los cuales llamaban “el tigre”, disparaban de pronto una ráfaga de fuego y un par de ellos lanzaban misiles, por la dirección él apostaba que atacaban el polideportivo que se hallaba cerca a sus espaldas. La metralla retumbante en el aire por poco les hace correr por sus vidas, pero de inmediato resonó en el aire los gritos espantosos de decenas de seres que asomaron sus rostros desde los edificios alrededor.

Sergio reaccionó lanzando a la familia a los setos más cercanos, pero Juan salía en carrera con las provisiones en los brazos mientras los seres saltaban de una edificación a otra intentando alcanzar a las naves, otros se lanzaban de los bloques a la calle corriendo a toda velocidad, agitando los brazos, sus cuerpos llenos de sangre y sus vestiduras rasgadas. Un par de ellos iban como animales en cuatro patas corriendo a gran velocidad.

Juan andaba por el medio de la calle cuando un par de seres pasaron frente a él, uno de ellos era un hombre con camisa de a cuadros, una gran herida en la cabeza y un agujero en la pierna producto de algún disparo a quemarropa, el segundo muerto era una mujer corpulenta con una bata medio transparente que dejaba ver su gorda silueta por debajo de la misma.

Todo sucedió extremadamente rápido, Miguel contuvo la respiración al ver como la mujer daba un salto descomunal hacia su tío, un fuerte cañonazo se escuchó entre todo el alboroto, su padre accionó la escopeta, y la mujer se veía expulsada un par de pasos atrás rodando por el suelo, Sergio corrió al encuentro del segundo muerto, golpeándole con la culata del arma y usando su propio cuerpo para empujarle contra el suelo antes de disparar.

Miguel volteaba a su lado, su madre salía corriendo ante la vista de un can negro que se acercaba en carrera a los matorrales; el sonido del arma había llamado la atención de varios zombis, los cuales se acercaban en carrera vertiginosa, su tía salía golpeando a uno con una rama, él antes de percatarse se hallaba corriendo contra un chico joven al cual disparaba directamente en el pecho, cruzaba la calle pasando al lado de su padre el cual abatía a un tercer muerto golpeando con toda su fuerza en su cráneo, resquebrajándolo y dejando brotar sangre a borbotones por su cuerpo mientras caía al suelo. Partió sin ver atrás, sentía las pisadas detrás de él, hubo un nuevo par de disparos de escopeta retumbantes por encima del sonido de los helicópteros. Atravesaba el edificio con arcos frente a él, saliendo a la acera roja nuevamente, automóviles atravesados, uno de ellos incrustado en el ventanal de una de las múltiples tiendas del lugar, una niña muerta envuelta en un charco de sangre en el suelo, aparentemente pisada por el mismo auto que se hallaba empotrado en el edificio.

Su alrededor se convertía en destellos del lugar que conocía hasta hace un día atrás y en el desastre mezclado con sangre que surgía ahora. Su mente tan solo pensaba en huir, escapar de aquellos seres que le seguían, su corazón bombeaba fuertemente, su respiración se entrecortaba, veía a un ser con grandes dientes justo a su lado al cual golpeó con el arma en su mano, saltó el capó de un vehículo, sorprendido él mismo ante semejante agilidad; salía frente a la encrucijada, a mano derecha se hallaba la iglesia de santo Tomas, en ella un grupo de policías intentaban defender al padre y un pequeño grupo de feligreses, pero la avalancha de muertos que se lanzaban sobre ellos era imposible de contener.

Miguel sentía su respiración entrecortada, solo pensaba en mover más rápido las piernas, el cesto de la basura lo saltó, un vehículo atravesó la calle y el viró a la derecha después de pasar la iglesia, un grito grave en coro sacudió sus sentidos, un muerto se atravesaba en su camino a lo cual el chico simplemente le empujaba con su cuerpo, resbalando y recuperando el equilibrio en plena carrera.

—¡Espérame!— Escuchó la voz de un chico, más por nada del mundo pensaba detenerse, sus piernas daban lo mejor de sí, sentía como aquellos seres saltaban inclusive por encima de los vehículos a su alrededor. Las siluetas de muertos persiguiéndole se hallaban por doquier, sintió manos que tomaban su sudadera, pero esta se rasgó y él no se detuvo, atravesaba otra calle, junto al parque, y allí ante él se hallaban las embarcaciones, una mano tomaba su brazo; se zafó con un giro brusco cuando sintió un estallido enorme a sus espaldas, y se vio expulsado al aire sin poder hacer nada, una intensa ola de calor nubló sus sentidos, hasta que dio contra el agua estrepitosamente, hundiéndose mientras observaba la luz de la superficie y sentía dolor en su pierna y espalda.

DIA 180 Brasil

                —Shhh— Alejandro posó su dedo índice en la boca de Claudia indicándole guardase silencio. A su alrededor todo era oscuridad, la única luz provenía del agujero por el cual habían caído y que ahora se hallaba tapeado en su mayoría por escombros.

                Claudia reposaba sobre su cuerpo, su corazón latía fuertemente, simplemente no podía detenerse y relajarse en aquella situación. Se levantó con la niña en brazos y le colocó sobre un armario de metal verde que se hallaba a un lado. Se hallaban en alguna especia de sótano, el suelo era de tierra y aquello le preocupaba, sabía muy bien que aquellos zombis podían aparecer en cualquier momento a sus pies.

                Era el día 180 después de que el mundo se viese afectado por una infección que convirtió a los muertos en seres devoradores de carne humana. Él junto a Karla, Alicia, Claudia, Sara, Armando y Milena habían logrado sobrevivir previamente a la devastación en su ciudad natal. Sin embargo ahora se hallaba en Brasil, un territorio desconocido para él, lo cual le daba una completa desventaja, eso sin contar que se enfrentaba a una cepa distinta del mismo virus.

                —No hagas ningún ruido, saldremos de aquí, Karla debe estar buscándonos— después de todo era solo en Karla en quien podía confiar en una situación así, ella era la única capaz de rescatarle y buscarle contra todo pronóstico— ¿Harás silencio por mi?— La pequeña asintió moviendo la cabeza, sin embargo en su rostro se notaba el terror, aun se hallaba en shock por lo ocurrido y él se sentía más culpable que nunca.

                Buscó a tientas su arma en el suelo, pero no le halló, fue entonces cuando sintió el escocer en el costado derecho de su abdomen. Bajó la vista para hallar lo que temía, una enorme herida le surcaba abriendo la piel como flor, manando sangre que empapaba el resto de la camisa. Entonces se percató que se hallaba lleno de sangre de muerto por todos lados. Raudamente se quitó la franela y el suéter, quedando al descubierto— Si te infectas con la sangre terminarás haciéndole daño a Claudia, idiota, ya bastante daño has hecho el día de hoy— Observó la herida, pero no quiso siquiera tocarla, pues sus manos se hallaban llenas del liquido carmesí, y resultaba riesgoso.

                —Debes detener la hemorragia— Pensó al tiempo que observaba su alrededor, pero sintió un ruido desde arriba, cientos de pisadas hacían estremecer el techo que se hallaba al menos a ocho metros de altura. Claudia lloraba en silencio con sus manitas tapando su boca y el recorría con la vista el lugar intentando hallar algo que le sirviera. Pero era un sitio desierto, solo un par de escobas viejas, cubos y algunos armarios de metal verde corroído.

Un par de siluetas entraron por el agujero, Alejandro reaccionó tomando el madero de la escoba más cercana rompiéndolo en dos pedazos puntiagudos— Saben que estamos aquí… el olor— Repasó nuevamente con la vista su alrededor, hasta encontrar una respuesta bastante obvia. Se agachó y tomó un poco de tierra del suelo, la cual se hallaba húmeda y mohosa, y la restregó por la herida, el dolor casi le hace gritar y arrodillarse, pero observó el rostro de la niña y guardó silencio mientras lagrimas caían por su rostro— Estaremos bien— Susurró entre labios antes de tomar otro poco de tierra y aplicarle a la pequeña una capa.

Percibió un ruido a su alrededor— Si tan solo pudiera ver la puerta de este lugar— pensó, pero la oscuridad era suma, y ni siquiera alcanzaba a observar el par de muertos que habían entrado, eso sin contar el hallarse en el suelo, sabía muy bien que eso eran un gran peligro después de conocer a los “excavadores”. Una clase de zombi que se desarrolló en esa zona, capaz de armar elaborados túneles bajo tierra y atacar en grupo mediante agujeros que se abrían de pronto cuando alguien le pisaba.

Calma Alejandro, tan solo debes idear un plan— pero no había plan alguno, se hallaba él, la pequeña y al menos dos muertos a escasos metros, quizás localizándole en medio de la oscuridad— No puedes dejar que toquen a Claudia— La miró y comprendió lo que debía hacer— por nada del mundo llegues a gritar, solo mantén silencio y no te muevas— Le susurró al oído no sin antes sonreírle y acariciar su rostro.

Dio un par de pasos y gritó— ¡Vengan! ¡Muero por ustedes!— Al instante, el sonido del suelo resonando ante pisadas fuertes. Un jadeante se lanzaba en su contra, Alejandro reaccionó lanzándose al suelo,  el muerto viró en un nuevo ataque. La mano de aquel ser rozó su rostro, tocando la punta de su nariz mientras daba un paso hacia atrás. Claudia era un tumulto en una esquina, sobresaltada pero sin emitir sonido alguno, pero incluso en la oscuridad se podían observar las lágrimas que caían por su rostro.

El segundo muerto salió de las sombras, era un olfateador, o un excavador, Alejandro no lo sabía. Resultaba fácil confundirles, debido a sus miembros alargados y la postura arrastrada que colocaban. Este se dirigió hasta las piernas del chico, quien saltó clavándole una de las estacas en la espalda al repugnante ser, pero antes de poder comprenderlo recibía un fuerte golpe en la mandíbula, que le hizo trastabillar con el cuerpo del muerto en el suelo y caer de espaldas sobre este.

El jadeante se lanzó de un tirón sobre su presa, él apenas tuvo tiempo para sujetar sus manos con las suyas, pero la fuerza de aquel ser era descomunal, bramaba y movía la boca coléricamente. Alejandro evitaba el contacto, hasta que escuchó el bramido del jadeante debajo de él. Un sonido estremecedor, desesperante, y grave, casi gutural llenó el ambiente. Hubo un eco de gritos en respuesta. Claudia gritó fuertemente, pero se vio ahogado por un estruendo de gritos en la zona superior; el suelo comenzó a temblar y Alejandro sintió como su sangre se helaba, tenía al muerto a solo centímetros. Se impulsó con la espalda y alzó las piernas, de espaldas contra el suelo comenzó a darle patadas al jadeante en el rostro y pecho, una dos patadas, tres, cuatro… no las contaba, se hallaba en un ritmo frenético, cuando sintió el suelo comenzar a temblar y por el agujero sobre sus cabezas comenzaron a entrar decenas de siluetas oscuras.

—Moriré… moriremos— Observó a la niña, quien aun gritaba fuertemente, a tientas tomó uno de los pedazos de madera y lo clavó en la boca de aquel ser, apartándose lo más rápido posible para que no cayera sangre contra su cuerpo. Sin embargo el muerto en el suelo continuaba gritando fuertemente y los zombis entraban como hormigas por aquel agujero.

 Alejandro corrió hasta Claudia, secándole las lagrimas con el brazo y cargándole con el otro, para finalmente taparle la boca y arrinconarse a lado del armario de metal. Entonces los pudo observar, tal como había visto antes, del suelo emergían muertos, dejando túneles tras de sí, buscando a sus presas.

A solo un par de metros un muerto salió de la tierra, mientras cientos caían desde el agujero, concentrándose alrededor del olfateador que bramaba guturalmente, haciéndose un eco de voces escalofriantes. Alejandro se llenaba de tierra con una mano mientras tapaba la boca de Claudia impidiendo que ella se moviera; de alguna forma no les localizaban entre tanto alboroto.

Una idea descabellada vino a su mente, una que solo habría imaginado en un momento de desesperación total… pero se hallaba en uno de tal calibre. Tomó a Claudia y la metió por uno de los agujeros haciéndole señas que avanzara, metiéndose detrás de ella, cuando sintió la voz de Karla.

—¡Marco!— La escuchó, se hallaba en la zona superior, obviamente le buscaba— Ella es capaz de entrar— Pensó a conciencia de lo temeraria que la chica resultaba, pero él sabía muy bien que aquello sería un suicidio.

—¡Lanza una bomba polo!— Gritó con todas sus fuerzas, sin saber si ella logró escucharle entre el estruendo de voces, pero algo si era seguro, varios muertos le habían divisado, y tanto él como Claudia eran la presa que ellos tanto deseaban.

Se metió en el agujero de tierra a gatas, dio media vuelta y con un par de patadas tumbó la tierra tras de si, parte de la misma cayó sobre su cuerpo, pero el resto del agujero se mantenía firme.

—¿Ale?— La voz aterrorizada de la pequeña.

—Sí, soy yo— respondió mientras un escalofrío le recorría al escuchar los alaridos que emitían los no vivos. Se podía sentir el rasgar de la tierra, obviamente habían otros excavando quizás buscando salir a la superficie, quizás persiguiéndoles, pero él no estaba dispuesto a averiguarlo, solo intentaba seguir avanzando en medio de la oscuridad absoluta con Claudia delante de él.

—Tengo miedo.

—Calma, respira un momento— la chica se detuvo y él también— Vamos respira— Una recomendación que él no seguía pues temía por el poco aire, y por su mente le pasaba la posibilidad de morir enterrado vivo, y el haber metido a la pequeña en semejante situación— ¿Mejor?— Preguntó sin poder verla.

—Creo… ¿Por dónde vamos?

—No sé, pero tan solo sigue el cami…— Un fuerte sonido retumbó, el estruendo hizo que todo temblara, y en semejante penumbra nada tenía sentido. Alejandro abrazó a la pequeña y se apoyó contra el techo del agujero

—¡¿Qué sucedeeee?!— Preguntó la pequeña.

—¡Karla!— Comprendió que la chica había acatado su orden, pero no imaginó lo tempestuoso que podía ser una bomba debajo de la tierra. El aire se llenaba de polvo y se sentía como las paredes temblaban y desmoronaban— ¡Avanza gatita avanza!— Le indicó, mientras el estruendo y temblor continuaba como un eco, temiendo que con el temblor las paredes cayeran y quedasen bloqueados o sepultados.

El camino iba en constante descenso al principio, pero ahora parecía subir y zigzagear, lo cual le hizo preguntarse a qué profundidad aquellas criaturas se escondían.

—¡Puagg! ¿Qué es esto?

—¿Qué?

—Hay algo resbaloso.

—Sigue Claudia, no te detengas— Le alentó, tocando él también una superficie viscosa la cual no llegó a comprender debido a la total oscuridad.

Luego, el silencio, una ausencia de luz y sonido total, como si todo estuviese muerto a su alrededor, Alejandro sintió la herida del abdomen arder y la sangre fluir hasta su ombligo, una gota caía constante contra sus piernas al ritmo que avanzaba. Le colocó un poco mas de  tierra e intentó continuar— La infección será increíble, si sobrevivo a esto de seguro me mata la infección— Rezongó.

—Alejandro.

—Dime gatita.

—No hay más camino— Expresó la niña y él sintió como todo su cuerpo se estremeció. El espacio era escaso, muy angosto como para poder pasar él y observar adelante, apenas lograba arrastrase por allí. El ambiente se hacía cada vez más tenso, agobiante, pequeño, oscuro, silencioso y apremiante; deseaba salir de allí a  toda costa, un temor le comenzó a invadir y el miedo junto a este.

—¿No hay camino a los lados? ¿Arriba?

—No, a un lado hay algo duro y… ¡Si! ¡Arriba!

—¿Puedes subir? Con cuidado Claudia.

—Gatita— Corrigió ella.

—Cierto, cierto, gatita, tienes razón, ¿Y? ¿Puedes subir?

—Sí, eso creo— Sintió el movimiento y un poco de arena desmoronarse.

—¡¿Ahhh?! ¡Auxi…!— El grito de la pequeña fue ahogado y se escuchó el splash inconfundible del agua. Alejandro gateó apresurado y subió incomodo por una superficie húmeda fría de concreto, hasta caer en alguna especie de pozo oscuro.

La desorientación, en semejante oscuridad no lograba saber donde era abajo o arriba, el agua le rodeaba y sus miembros se movían en todas direcciones, intentando  tomar aire en la superficie si la había.

Abrió los ojos, pero el agua ardía, y no lograba divisar a la pequeña, intentó gritar pero el agua le inundó, y antes de percatarse era arrastrado por una corriente. Pero aquello no le importaba, su mente se nublaba, sus fuerzas se iban, hasta que sintió algo contra su pierna, por instinto lo sujetó, comprendiendo se trataba de la pequeña, que se hallaba en la misma situación que él— No veo mi vida pasar ante mis ojos— Pensó con algo de ironía, dejó de agitar los brazos y se limitó a abrazar fuertemente a la niña la cual tampoco se movía— No puede estar muerta… nooo… todo menos… eso… yo…

Un rayo de luz alumbraba la zona y Alejandro alcanzó sujetarse con la mano, mientras el agua intentaba arrastrarle. Como pudo alzó a la pequeña con el brazo y el restante de sus fuerzas, una bocanada de aire llegó a sus pulmones. Salió él junto a la pequeña por un agujero de alcantarilla, no observó su alrededor, tan solo golpeó el pecho de la pequeña fuertemente un par de veces y cayó desmayado sobre la misma.

Día 0  España

                15:27 horas

Salió el agua tan solo para observar la realidad, los helicópteros surcaban los cielos lanzando misiles a las zonas urbanas, el humo ascendía como chimeneas por toda la ciudad, ninguna zona se hallaba a salvo. Una explosión pequeña sucedía a un lado del rio, donde un hombre en llamas corría por su vida al ser perseguido por dos muertos de gran estatura.

 —Esta mierda ha de ser un sueño tío, un puto sueño— Mientras en su mente una voz le decía “vamos cabronazo, que tú mismo has visto como todo se lo ha llevao quien lo trajo”— A la hostia, me cago en too…

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